Prueba de sonido.

Álvaro
6 min readSep 4, 2021

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Foto de @dawlab. (unsplash)

por Álvaro Morales.

Cientos de zapatos se removían en sus lugares, la ansiedad que precedía a la tormenta de emociones parecía nublar el aire y llenar los pechos de expectativa. Risas excitadas y carcajadas histéricas se alzaban por encima del barullo de voces y conversaciones de todas las personas que se susurraban en confidencia, temerosas de romper con el solemne casi silencio que reinaba sobre el recinto. El área de piso del concurrido auditorio estaba llena casi hasta el tope. Desde las gradas superiores, otros tantos miles de espectadores miraban hacia abajo con la misma emoción; aves de presa del festejo que a todos los reunía. Jorge había tenido suerte de conseguir boleto. Un primo de un amigo de un conocido de un compañero de trabajo se lo había vendido, y a precio de taquilla aparte.

Miró a su alrededor, los rostros, que se comenzaban a mostrar sudorosos al estar casi brazo con brazo en el mar de extraños, se confundían entre las sombras del teatro, todos tenían el mismo brillo en los ojos y el mismo temblar en su ritmo. Una melodía desconocida, como música de sala de espera, resonaba en las grandes bocinas de los laterales. Individuos discretos vestidos de negro se paseaban por el escenario, indiferentes por completo a la muchedumbre agitada que les echaba miradas furtivas desde abajo, buscando en su andar alguna pista de que el espectáculo iba a comenzar. Un sonido de ruedas alertó a los más atentos de las primeras filas, alguien estaba empujando una plataforma con la batería de la banda para colocarla en la parte de atrás de la tarima. Una ovación recorrió el lugar, la primera señal de vida. Jorge se estremeció, aquella ovación lo había sacudido hasta lo más profundo de su ser, pocas cosas eran capaces de hacerlo temblar como la explosión jovial de miles de voces regodeándose al unísono. Se unió a los vítores dirigidos al técnico que estaba probando los platillos y bombo de la batería, un redoble sencillo que fue más que suficiente para que el público comenzara a saltar al ritmo de las baquetas. Cuando acabó la prueba de sonido recibió una segunda ronda de aplausos y chiflidos, los cuales agradeció con una sonrisa. Una voz masculina se hizo pasó entre la multitud vocal para hacerle una propuesta sexual, probablemente irónica, que sacó unas cuantas carcajadas de los presentes.

La música de espera volvió a asentar el tono de anticipación paciente, los cuchicheos volvieron a establecerse, Jorge volvió a sentir un vuelco en el estómago. Buscó con la mirada a algún vendedor de cervezas; en vano por supuesto, ya que aquellos vendedores que se mueven con gracia y agilidad entre las inquietas multitudes, con una pesada bandeja llena de vasos de Corona tibia y demasiado espumosa, solo se hacían presentes en los grandes festivales y conciertos en estadios y arenas, sabía que si quería cualquier bebida tendría que moverse hasta el fondo del recinto y perder su lugar, además estaba seguro de que una sola chela sería suficiente para obligarlo a hacer un par de visitas de emergencia al baño en algún momento de la noche. Se resignó a no ahogar a las mariposas que le revoloteaban en el estómago, que en ese momento se sentían más como zopilotes. Checó su celular, faltaban por lo menos quince minutos para la hora en que el concierto supuestamente iba a empezar, y eso si la banda era puntual.

Su mirada comenzó a divagar por el lugar, prestando cinco segundos de su atención a las caras que lo rodeaban, saltando de facciones en facciones. Una nariz torcida, unos ojos caídos, unos labios partidos, unos cachetes sonrojados, un fleco castaño que escondía tras de sí una frente ligeramente arrugada por tantas risas y unos profundos ojos marrones que le devolvieron la mirada con sorpresa, un cuello sudado, unos brazos entrelazados. Su estómago se hundió, su garganta se cerró, su pecho implotó. Intentó no delatarse a sí mismo, no mostrar que aquellos ojos oscuros lo habían sacudido como la ovación de algunos minutos atrás, que aquel fleco de cabello no lo había hecho encogerse en su lugar y contener el aliento. Podía sentir la mirada fija sobre su rostro, sabía que se había tardado un segundo de más en ella, lo suficiente para el reconocimiento mutuo y el reconocimiento de este mismo reconocimiento. Sostuvo un suspiro y levantó la vista que había colocado con pánico en el suelo pegajoso del auditorio. Ella lo miraba fijamente, los ojos abiertos con el mismo shock que sospechaba estaba reflejado en su propio rostro. Se miraron por segundos en lo que pareció ser un silencio sepulcral, interrumpido por otra explosión de dicha cuando un técnico de sonido comenzó a tocar unos acordes con la guitarra del vocalista. El ambiente se encontraba cada vez más cargado de electricidad y desenfreno, pero Jorge solo podía prestar atención a quien le devolvía las chispas en silencio. Se acercó lentamente tras otros cuantos momentos de incómoda observación mutua.

Flor no había cambiado mucho desde la última vez que se habían visto, un aro en la nariz era la novedad, el fleco ligeramente más largo que cuando estaban juntos, una sudadera que jamás le había visto antes. Se paró frente a ella, no dijeron nada. Él alzó una mano torpemente a modo de saludo, Flor soltó una risa discreta y repitió el gesto. Se quedaron en silencio con la mano alzada, una especie de incómodo ritual de reencuentro para dos personas que tenían tanto que decirse que no sabían ni por dónde empezar.

-Hola.

-Hola.

¿Cómo estás?, digo, ¿cómo has estado?, ¿qué tal te va?

Ella soltó otra risa.

-Estoy muy bien, he estado regular, y me podría ir mejor. ¿A ti?

-¿Las mismas tres preguntas?

Asintió

-Bien, de la verga, de la chingada pero no tan mal.

Ahora los dos rieron.

-No pensé verte aquí.

-¿Pensabas verme en otro lado?

No, osea, me refiero a que no sabía que fueras fan de…

-Ya sé, ya sé, solo te estaba tomando el pelo.

-Siempre fui mala para entender cuando bromeabas.

Se hizo un silencio difícil de llenar, había aparecido la primera referencia a lo que alguna vez había sido. Jorge se encogió de hombros e inhaló profundamente, tratando de calmar los golpeteos de su pecho.

-En realidad es tu culpa.

Ella alzó una ceja divertida a modo de pregunta.

-¿Recuerdas la lista de canciones?

Flor se sonrojó y asintió efusivamente con la cabeza.

-No pensé que la siguieras escuchando.

-Nunca la borraste.

-Tú tampoco.

A Jorge siempre le había parecido interesante cómo, a pesar de los meses de silencio, aquel vínculo virtual los seguía atando a lo que se decían haber dejado atrás. Una especie de voto de confianza en el otro, un compromiso a no renunciar a los buenos mementos y a los lazos formados a base de melodías.

-¿Estás aquí solo por una canción?

-No inventes, no. Con lo que costó el boleto sería ridículo venir solo por esa rola.

Otro silenció, Jorge temió haberla insultado sin querer como alguna vez había hecho con anterioridad.

-No estoy diciendo que tú seas ridícula, solo que…

-Sí, sí, lo entendí no te preocupes, fue una pregunta tonta.

Se sonrieron, manteniendo el contacto visual por más de diez segundos por primera vez. Aquellos ojos le movieron el piso a Jorge, lo llevaron a los días en que se habían visto en silencio desde el crepúsculo hasta el alba bajo el cobijo de las nubes. Las luces del teatro se difuminaron como si se hubieran quedado atrapadas en sus miradas. A su alrededor la gente comenzó a gritar y a moverse en dirección al escenario, la inminencia del concierto hacía sacudir al lugar. Ellos no se movieron de lugar. Flor se mordió el labio pensativa.

-¿Vienes sola?

Asintió. Le repitió la pregunta con un movimiento de cabeza, él también asintió.

-Debí imaginar que estarías aquí.

-No me lo perdería por nada del mundo, compré mi boleto antes de tener oportunidad de buscar con quien venir.

Su diálogo se había convertido en griterío debido al escándalo que los rodeaba. Sin darse cuenta, aunque tal vez no sin quererlo, se habían acercado para hacerse oír por encima del sismo humano que los sacudía más y más con cada segundo que pasaba. Sus pechos se movían en sincronía, sus respiraciones agitadas bailaban al son del revuelo que los envolvía y los acercaba. El lugar explotó cuando los miembros de la banda salieron al escenario. Los dos voltearon, Jorge se maldijo en silencio por no haber dicho algo más. El vocalista saludó al público que le devolvió el saludo con un rugido eufórico. Los acordes de la primera canción causaron desenfreno. Hablar hubiera sido imposible en aquel momento. Jorge hizo un gesto con la cabeza en dirección al escenario, alzó las cejas como forma de propuesta, Flor asintió. Él no le tuvo que decir nada. Flor no le tuvo que responder nada. Su cabeza apoyada en su hombro era promesa suficiente.

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Álvaro

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